En momentos en que un porcentaje importante de profesionales chilenos inicia su período de vacaciones, el académico hace un llamado a revisar los factores sicológicos y/o sicosociales del trabajo, terreno en el cual -asegura- Chile demuestra un rezago demostrable en cifras e indicadores. Una evaluación necesaria, dice Spoerer, que puede servir para enmendar el rumbo y no cometer los mismos errores en el nuevo año laboral que se aproxima.
Pese a que distintos rankings nos ubican como el país con la jornada de trabajo más larga del mundo, esto -contrario a lo que podría pensarse- no se traduce en una mayor competitividad (estamos en el lugar N° 25 en el último informe de competitividad mundial del IMD).
“Son muchas horas de baja productividad perdidas”, dice de entrada y tajante el Profesor Spoerer, Doctor en Sociología de la Universidad de París y Director del Programa de Habilidades Directivas del Departamento de Ingeniería Industrial.
Fundamenta: “Esto aparece tanto en indicadores duros de los días de licencias médicas por estrés y depresión laboral, como en un fenómeno bastante menos medible, pero sobre el cual se ha empezado a hablar crecientemente en las empresas y que se conoce como ‘presentismo’, es decir, la persona está y no al mismo tiempo”.
Una manifestación, advierte el académico, que lleva al trabajador a cumplir sus funciones muy por debajo de su nivel de desempeño y que se explica porque está cansado o desmotivado o porque los factores estresores -una sobrecarga indebida de trabajo, falta de competencias o mal uso de la agenda- son mucho mayores que los elementos satisfactores.
“Si varias personas controlan la agenda del trabajador, la disponibilidad del tiempo para su continuidad laboral hace que trabaje en forma intermitente”, constata el investigador, al tiempo que señala que esto tiene un efecto directo e importante a nivel de productividad.
Explica: “Todas las estadísticas de productividad indican que en Chile ésta ha crecido mucho menos que el PIB, en tanto que en los últimos 3-4 años incluso ha decrecido”.
En este marco, Spoerer observa que existe todo un debate sobre los distintos factores productivos entre los que se habla del rendimiento del capital -y que exista un mercado de capitales adecuado-, de la incorporación de la tecnología, del aprendizaje del inglés, de la estabilidad de las reglas macroeconómicas y de la innovación.
-¿En estos elementos se concentra el problema?
-Si bien creo que lo anterior es válido, al final el gran tema no abordado es el bienestar del trabajador. En una economía como la nuestra, crecientemente de servicios, si quienes prestan estos servicios están estresados, agobiados o en condiciones de “presentismo” (con su emocionalidad disociada de su corporalidad), el valor que esa persona le puede agregar a la función que presta es muy bajo.
Una situación que, en opinión del académico, choca con conceptos como experiencia de compra del cliente o el valor percibido en términos de la calidad del vínculo con la persona que presta el servicio y elementos que hacen la diferencia entre un mercado más y menos competitivo.
Cultura organizacional chilena
Desde hace años, el Programa de Habilidades Directivas (PHD) del Departamento de Ingeniería Industrial hace frente a este preocupante diagnóstico, a través de distintos programas de formación, consultorías, docencia y extensión que buscan entrenar el talento directivo, por medio del desarrollo de conocimientos, competencias y actitudes, así como ampliar la mirada respecto de las nuevas realidades que afectan a las organizaciones. Un trabajo que también se enfoca en comprender y reconstruir analíticamente los procesos técnicos y sociales propios de los entornos productivos, así como las dinámicas de transformación organizacional.
“Todo lo que nosotros hacemos tiene que ver con la creación de condiciones organizacionales de clima, de liderazgo y de trabajo en equipo que no sólo eviten caídas organizacionales sino que favorezcan lo contrario”, enmarca Spoerer.
Contextualiza:
“En Chile todavía se habla de neurosis o depresión organizacional, en circunstancias que la figura correcta es la del síndrome del burn out o desgaste profesional y que no está considerada legalmente en el país”.
Este fenómeno extendido y no abordado, asegura el investigador, explica que Chile aparezca rezagado en rankings que miden a las mejores empresas para trabajar en América Latina, en tanto que las que aparecen, en su mayoría, corresponden a compañías de management extranjero, “las cuales traen una cultura y un estilo de dirección incorporado”, puntualiza Spoerer.
Esto no es todo. El académico también llama la atención sobre la destacada ubicación que empresas globales ocupan en varios países de la región y que en el caso de Chile aparecen varios puestos más atrás. ¿La razón? “La conclusión que saco es que las empresas globales que tienen una cultura corporativa fuerte en materia de relaciones laborales y estilo de dirección, entre otros, se ven anuladas por el peso de los factores culturales nacionales”.
Una hipótesis que comprueba a la luz de un estudio sobre productividad en Chile, realizado hace unos años por McKinsey, el cual ya en ese entonces determinó que el factor Nº 1 para explicar el lento incremento de la productividad en nuestro país estaba relacionada con el estilo formalista, vertical y autoritario de la gerencia chilena.
De aquí que para Spoerer resulta fundamental tomarse en serio el desarrollo de culturas organizacionales que tengan que ver con la creación de bienestar en el trabajo y la presencia de incentivos y satisfactores mayores que los desincentivos. Entre estos últimos, prácticas de gestión formalistas y autoritarias, el ‘chaqueteo’, el ‘pelambre’, las jornadas extenuantes sin beneficio para los trabajadores, la baja motivación laboral y el mal diseño y gestión de la carrera profesional.
Concluye: “En Chile existe un costo laboral hundido que tiene un altísimo impacto en la productividad y competitividad. Mientras no nos hagamos cargo de esto, la productividad va a seguir estancada. Aunque arreglemos los otros factores”.
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